A little part of my world

8.7.12

La inacción



Encerrados entre tempestuosos determinismos, resguardándonos a la vera de una comodidad que disfraza la real desdicha, hemos de vivir complacidos por nuestra máscara que regala expresiones de jolgorio a cuanto sujeto pase, aún en aquellos momentos en los que más nos hemos de alejar de la propia esencia.

Sumidos en la vana crítica y su intemperancia, arropados por la figura de la inacción, hemos de suscitar palabras que a pocos oídos llegan y que al decirse dejan tan solo una efímera cadencia que tras desvanecerse ha de ser olvidada.

Conocedores de los sucesos fácticos, ávidos buscadores de la armonía, luchadores incansables contra la misantropía, reposamos inertes mientras observamos a través de los espejos, que no somos más que los causantes de aquello que nos conturba.

Una y otra vez batallamos contra la idea de lo que hoy nos rodea, descreyendo que ésta sea la verdad suprema.
Una y otra vez desconocemos a los nuestros y a nosotros mismos en los accionares cuando nos escapamos, quizá con mayor asiduidad de la que jamás pensamos podría haber, del punto de inflexión.

Y es así como vociferamos entre los nuestros y por diferentes medios que todo, con necesariedad, ha de detenerse pronto.
Qué así no es como debería de funcionar, que cada día hay mayores cuestiones que aclarar, e incluso modificar.

No obstante aquello no es suficiente.

¿Cómo ser capaces de elucubrar pensamientos tan elevados y actuar en la sucesión de los días como si jamás nos los hubiéramos planteado?
¿Cómo observar a los ojos a aquellos que en nuestro fuero interno desearíamos socorrer cuando no hemos jamás de llevar a cabo aquel deber?
¿Qué sería de nosotros si actuáramos como nuestra alma nos dicta y abandonáramos tanta pantomima revolucionaria para comenzar la revolución? Para alcanzar la evolución...

Qué sería si nos dejáramos de excusas...

De tanto vocablo bonito que aparentara dar justificación a lo injustificable...

Aún cuando nos parezca imposible, cuando temamos, cuando sintamos que un pequeño gesto no es más que una minucia y que no vale la pena ya que nadie más lo tendrá...

No, no, no, eso que creemos que es poco jamás lo fue. Las medidas no se aplican cuando uno se sumerge en aquel desinteresado hacer...
No, no, no, jamás fuimos los únicos que deseamos con todo lo impuesto romper...

Pero es que si tanto hablamos de lo que ha de perturbarnos, si tanto deseamos que se haga el bien en el mundo, en todas las formas posibles, con todas las ideas de «bien» que puedan haber, y que sí, son muchísimas y diversas...

No podemos quedarnos esperando un héroe.

No existen héroes.

Los próceres ni siquiera lo fueron.
Las figuras más reconocidas a escala mundial tampoco.
Todos ellos eran iguales a nosotros, pero con una sola e importante diferencia: decidieron abandonar el abandono, hacerse cargo de su realidad, de su vida.
Y es que nosotros no necesitamos ser figuras para lograr nuestras metas.
Ni reconocimiento.
Ni prensa.
Ni audiencia.
Ni que nos halaguen o vituperen para conseguir más adeptos a la causa.

Cuando uno se compromete con la misión que tiene en su vida, más allá de aquella idea acotada de que estamos aquí para servir al sistema siguiendo un ciclo que en pocas palabras, se podría definir por trabajar, procrear y morir, uno es inspiración para que el resto de los mortales también lo haga.

Y así va sucediéndose la cadena.

Todo lo que nos disgusta no sucede porque sí, tampoco por que el gobierno de turno es un ente malvado que corrompe nuestra sociedad de iguales, los representantes también son humanos, y siguen la línea que se ha llevado desde hace tiempos inmemoriales y que hasta hoy no hemos intentado modificar. 

Sus acciones no son nuevas a nuestros ojos, ya que en parte, nos vemos reflejados en ellas. 

Lo que sucede lo creamos, día a día, al conformarnos, o demostrar inconformismo tan solo a través de palabras sin accionar.

Estamos a tiempo.