Celestine sintió como cada poro de su piel hervía, cada uno
de los filamentos energéticos de su cuerpo temblaba, y algo indescriptible
hacía de marco en su pecho para dar lugar a la sensación de que todo había
cambiado.
Quizá y la situación fáctica a su alrededor tuviera
identidad con lo que ella había percibido hasta instantes atrás.
Tal vez y desde alguna visión no habría habido más que una
confirmación.
Pero ella, su yo construido, el cuerpo que habitaba, y su
alma, al unísono eran conscientes de todo lo que estaba por acaecer.
Alzó su mirada y observó en derredor. Estaba rodeada por
belleza.
Las copas de los árboles se mecían con el pasaje del viento,
las herbáceas sobre las que ella se recargaba sigilosamente se mostraban
acariciar a partir de la brisa, dotándose de mayor vida que la propia, aquella
de la que se encontraban impregnadas.
Esas tonalidades verdes que tanto amaba habrían capturado su
atención una vez más cuando sus pupilas se posaren en ellas, como tantos
atardeceres, si no fuera por el movimiento que había en el interior de la
fémina.
Levantose de pronto, casi sin dar orden a sus músculos y la
languidez de su delgada figura de pronto pareció desaparecer, dando lugar
entonces a lo que fuere el surgimiento de un nuevo ser.
Y su mirada, tan impregnada de ternura, inocencia y bondad,
dejó lugar la lozanía, de la cual también se tiñó su rostro cuando una honda
carcajada nació de su garganta y se esparció por el lugar.
Rióse con ganas, casi con furia, permitiendo que su
fisonomía toda se movilizase al compás del carcajeo, y fue entonces, cuando
decidió emprender aquel viaje que jamás hubiera imaginado comenzaría.
La transmutación de cada fibra de lo que a ella le parecía
su esencia, suave como el algodón, en el volcán en erupción de la bravía.
Si el camino se construye en cada paso del andar,
absolutamente todo daría un vuelco entonces, de la X saltaría a la Y y luego y
por último a la Z hasta conformarse lo que ella a partir de entonces
denominaría:
Tenacidad.