Un eterno conjunto de bellos sinsentidos que conforman el rompecabezas de la vida.
Donde imágenes nacen y se extinguen en su temporalidad, para unirse a la naturaleza de aquellas otras que hoy son marcas de cincel en el mármol de los recuerdos.
Signos de lo que alguna vez existió, que se han de desgastar con el constante fluir del tiempo.
Para así dejar lugar solo a las que con mayor ímpetu fueron grabadas, quizá presas de un proceso inconciente, que hoy día las hace relucir ante aquellas que con esfuerzo se logran visualizar.
Las suelen llamar huellas.
Y dicen, cuando se las menciona, que son aquellas que traspasaron el frío umbral de la mera remembranza, para imprimirse en el corazón.
Metáfora que trasluce la infinidad de sentimientos que aquellas vivencias han causado, los cuales se han aferrado a la persona y en ella perduran latentes, dispuestos a capturarla en ellos ante el más pequeño estímulo que vincule el presente con su paralela realidad.
Y entonces hacer una regresión a ese instante, esas palabras, miradas, colores, sabores...
Y entonces vivir lo ya sucedido una y otra vez.
Una, una y otra vez.
Y dar cuenta de lo hermoso y terrible en las experiencias vividas...
Para comprender que se debe seguir, observar atrás sólo para disfrutar de las memorias, y día a día, viendo hacia adelante procurar coleccionar nuevas y más bellas aún.
Y así, un día como hoy regresar una vez más
Para recordar lo que fue el hoy, ayer.
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