Los seres humanos tenemos un exceso de subjetividad.
Antes de que formulen interrogantes, los cuales creo sería muy común nacieran tras leer una frase de un contenido tan fuerte, cual crítica despiadada que se ha de ver en una columna de opinión, haciéndonos balancearnos en un sin fin de conjeturas, los pensamientos dando paso rápidamente a otros hasta encontrarse en la mar, centro en una tormenta pseudo filosófica, paso a explicar a qué viene lo que he escrito, aclarando y haciendo de esta manera sepan a lo que apunto.
En mi labor de introspección, esa que he de realizar cada día de mi vida y la gran mayoría de nosotros presupongo también, no solo he descubierto que puedo ser capaz de catalogar las vicisitudes de mi ser en facetas y pormenorizarlas, sino saber de aquellos ¿defectillos? en la manera en la que uno encara a la vida, que de corregirlos… con simplemente buscar arreglarlos un poco, viviríamos mucho más a pleno.
Ciertamente una de las características que vuelven singular a la especie humana es la capacidad de abstracción, dicho por filósofos como Cassirer con anterioridad, lo que nos separa de los animales es que mediatizamos el estímulo-respuesta con aquel proceso, aunque muchas veces reaccionamos con escasa reflexión previa, en gran cantidad de ocasiones nos embadurnamos de pensamientos hasta que nuestra mente pide tregua, que de una vez abandonemos las cavilaciones para lanzarnos al hacer; O mismo, cuando ya hemos tomado determinaciones, en el proceso de la espera de lo que acontezca como resultado de las mismas, no bastan pensares puesto que en nuestra mente la evaluación de las alternativas, posibilidades, dudas junto a quizá, también, arrepentimientos, obnubilan nuestra capacidad de raciocinio calmo.
He ahí la cuestión.
“¿Lo hago?” “Pero si hago tal, pasará cual” “No sé si…” “¡Lo hago!” “No, pero…” “Mejor dejo de pensar y me ‘arriesgo’ ”...
Luego...
“¿Y si hubiera actuado de otra manera?” “¿Porqué lo hice?” “¿Y qué pasará ahora?” “¿Y si arruiné…?” “Habrá pensado que…” “¡No debería hacerle caso a mis impulsos!” “Ahora pueden suceder dos cosas, una… o otra…” “¡¿Cómo soluciono esto?!” “Me arrepiento, me arrepiento” … Y similares. Son aquellos pensamientos que irrumpen en nuestra mente a diario.
esas cuestiones (muchas veces nímeas), que da cuenta de que si pudiéramos
dedicarnos a vivir abandonando en gran parte las conjeturas infructíferas, y
remordimientos inútiles, aceptando las consecuencias de nuestros accionares y
teniendo en cuenta que los otros, como individuos, son diferentes y por ende siempre
podrán reaccionar de manera imprevista, o quizá si prevista pero no agradable…
Seríamos mucho más dichosos y contaríamos con un tiempito extra para dedicarnos a
algún menester de importancia, hobbie o simplemente a observar las estrellas y
deleitarnos con su lumbre.
Al fin y al cabo, aunque cueste asumirlo, las posibilidades, en cuanto a los
vínculos humanos y ¿porqué no? La vida misma… Son infinitas. Y aunque queramos
creer que contamos con una bola de cristal para prevenir todo lo que nuestras
acciones pueden llegar a desencadenar, la realidad es que, pese o no, no contamos con
la posibilidad.
Y eso es lo que le da gracia a la vida.
¿Qué tal, entonces, si asumimos que el vivir es tomar constantemente decisiones y
esperar que ellas nos lleven a donde deseamos, pero sin menospreciarnos si eso no
sucede?
¿Y que muchas veces podremos tener equivocaciones, ya que eso es algo inevitable,
porque estamos en constante aprendizaje, y siempre y cuando que realmente aprendamos
de ellas (Y no sean aberrantes, claro) tendremos derecho a cometerlas?
No nos inhibamos por miedo a perder, dejémonos ser…
Volvamos sencillo esto que, sí, lo es por naturaleza, pero siempre hemos de
complicar.
Dejemos lo complejo a lo que realmente lo requiere.